Virgen María

«Feliz tú que has creído que se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor.» (Lc 1, 45)

La Virgen María es la mujer más conocida y venerada alrededor del mundo. Ella tuvo un papel fundamental en la historia de la salvación, puesto que aceptó la misión de concebir en su seno al Redentor, convirtiéndose así en la madre de Dios. 

La imagen de María representada en este icono está extraída de una escena pictórica más compleja, la de la Anunciación, que es el primer episodio bíblico en que se menciona a María. El relato de la Anunciación, narrado en el evangelio de san Lucas (Lc 1, 26-38), describe el momento de la comunicación entre Dios y la humanidad. Dios, que tiene un plan de salvación para nosotros, solicita la participación libre de María para llevarlo a cabo. 

Los iconos bizantinos, no son un simple objeto decorativo, sino que están pensados para la contemplación. Por eso, cada elemento representado en ellos tiene un profundo significado teológico. La primera característica a destacar en este sentido es que, a pesar del ladeo de su cabeza, María mira directamente al frente, ya que la frontalidad indica presencia y permite un contacto directo entre el personaje de la imagen y el espectador. De este modo los iconos, a pesar de su hieratismo, consiguen penetrar en el fondo del alma e interrogar permanentemente a quien se aproxima a ellos.

Por otro lado, la Virgen se representa con el rostro ligeramente inclinado, queriendo reflejar así la actitud de escucha de María y su predisposición a acoger el plan divino. María encarna las palabras del salmo 46 (“Escucha, hija, mira, presta tus oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre: al Rey le agrada tu belleza.”) y nos recuerda que, a pesar del ruido del mundo, el creyente está llamado a atender humildemente a la voz de Dios. María, modelo de santidad, entrega y sumisión para todos los cristianos, es aquella que escucha, cree y acoge. A través de su “fiat”, la Palabra ha habitado en el mundo y se han abierto de nuevo las puertas del Paraíso que Eva había cerrado con su desobediencia.

Otro detalle a destacar en este icono bizantino es la posición entrelazada de las manos de la Virgen. Esta postura simboliza la docilidad y el recogimiento ante la presencia de Dios, recibida en este caso a través del arcángel san Gabriel. María reza constantemente y medita en la intimidad de su alma las obras que Dios va realizando en el devenir de su historia personal (“María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón.” Lc 2, 19), mostrando así a todos los cristianos que la actitud más justa delante del Misterio es la oración.

Existen otros elementos de carácter simbólico, como por ejemplo las tres estrellas que María lleva pintadas en su frente y hombros (signo de su virginidad antes, durante y después del parto) y el color de sus vestidos. El azul de su túnica representa la inmaterialidad, lo espiritual y la pureza. El rojo del manto o maforion representa la carnalidad, el sacrificio y el amor. El oro de la aureola significa la santidad y la vida eterna. En los iconos bizantinos, todos los santos llevan este fondo dorado para indicar que están cerca de Dios, que es pura luz.

Finalmente, cabe destacar que este icono lleva escrito alrededor de la aureola las palabras  con las que san Gabriel saludó a María en el momento de la Anunciación y que son las mismas que forman la oración del Ave María. Contemplar este icono nos ayuda a meditar el misterio de la Anunciación y nos recuerda también que, gracias a la disponibilidad de la Virgen María, Dios se ha revestido de rasgos humanos y se ha hecho visible para que nosotros lo podamos encontrar.