El icono de la Resurrección (en griego Anastasis, que significa “sin muerte”) es una de las composiciones más importantes y destacadas del arte bizantino. De todos los iconos que representan este hecho, el más significativo y famoso es el fresco ubicado en la iglesia bizantina de San Salvador de Cora, en Estambul. La primera edificación de esta iglesia data del siglo V, durante el mandato del emperador Justiniano y posteriormente fue transformada en mezquita cuando los turcos conquistaron Constantinopla. Estos, al no tener suficiente dinero para borrar las pinturas y arrancar los mosaicos religiosos de su interior, decidieron cubrirlos con yeso y cal, lo que favoreció que gran parte de estas imágenes se conservasen hasta la actualidad.
Este icono representa el descenso de Cristo a los infiernos, suceso que tuvo lugar, según la tradición de la Iglesia, después de la muerte de Jesús, en algún momento entre el Viernes y el Sábado Santo. Este hecho no aparece relatado en ninguno de los cuatro evangelios canónicos, sino que proviene de unos escritos llamados Hechos de Pilato, contenidos en el evangelio apócrifo de Nicodemo. A pesar de ello, la Iglesia garantiza la veracidad de este episodio y por eso se menciona en la oración del Credo. Además del relato de los Hechos de Pilato, existen dos fragmentos bíblicos que hacen alusión a esta escena: una cita de Mateo (Mt 27, 52: “Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron”) y la primera carta de Pedro (1 Pedro 3, 18-19: “Porque también Cristo […] fue y predicó a los espíritus que yacían en la prisión, a los desobedientes de otros tiempos”.)
Para poder comprender el verdadero valor de los iconos bizantinos es importante tener en cuenta que estos no son un mero objeto decorativo, sino que son un instrumento para la contemplación. Los iconos pretenden ser un reflejo fiel de las Sagradas Escrituras y su función es ayudar a quien los mira a ahondar en el conocimiento de Dios y su designio de salvación. Por eso cada elemento pictórico representado en ellos tiene un profundo significado teológico. Toda la iconografía bizantina está diseñada en función de los dogmas y las verdades proclamadas por Cristo y su Iglesia.
Si contemplamos detalladamente este icono, podemos observar que la escena se divide en dos partes claramente diferenciadas, una principal y otra secundaria. En la parte central de la composición (que es donde sucede lo más importante) se representa a Cristo resucitado lleno de poder y majestad, sacando con fuerza a Adán y Eva de sus sepulcros. Cristo, que conserva las llagas de la pasión en las manos y en los pies, se representa vestido de blanco resplandeciente, puesto que Él es la luz misma que todo lo ilumina. El blanco, color asociado también al bautismo, simboliza la Vida Nueva que da Dios y prefigura la eternidad, la llegada de un nuevo día que nunca tendrá ocaso. Además, Jesús aparece enmarcado dentro de una estructura ovalada (llamada mandorla o almendra mística) guarnecida de estrellas, que representa la bóveda celeste. Él ocupa el centro simbolizando que es el dueño de la vida y el cosmos.
Cristo, el Señor, triunfa y tiene el poder sobre todas las cosas. Lleno de dinamismo y movimiento, avanza hacia Adán y toma con ambas manos a sus criaturas para arrastrarlas fuera de su tumba y liberarlas de la oscuridad milenaria de la muerte. La iconografía bizantina siempre representa a Cristo sujetando a Adán y Eva por las muñecas, posición en la que el hombre no puede ejercer ninguna fuerza, queriendo expresar así que la salvación no se negocia ni viene de ningún esfuerzo humano. Dios, fuente de toda gracia, es el que toma la iniciativa y salva a los hombres inmerecidamente. En este sentido, destaca también la actitud de Adán y Eva delante de Cristo, que no es de autosuficiencia sino solo de dependencia y espera: ellos, llenos de deseo, tienden suplicantes la mano que les queda libre hacia la Vida que perdieron en el Paraíso. Bajo los pies de Jesús se extiende el infierno, que tiene el aspecto de una cueva totalmente negra, donde no hay luz ni vida. El abismo se representa también lleno de llaves, cerrojos abiertos y cadenas partidas, signo de que el hombre ha sido liberado para siempre de la esclavitud del pecado y las ataduras de la muerte. Cristo pisotea las puertas rotas del infierno, del que nadie podía salir hasta entonces, y que nunca podrán volver a cerrarse. Inmerso en la oscuridad del abismo, aparece también un anciano encadenado. Es la personificación de la muerte, que ha sido vencida para siempre. Cristo ha devuelto la vida a los muertos y ha atado a la muerte con los mismos lazos con los que esta había subyugado a la raza humana durante siglos.
En un segundo plano, aparecen distintos personajes del Antiguo y Nuevo Testamento, que completan y amplían el mensaje teológico del episodio de la Resurrección del Señor. Representan a los justos que murieron antes de Cristo esperando la redención y que han resucitado con Él. Todos estos personajes guardan, además, paralelismos significativos con algunos de los rasgos más importantes de la personalidad de Jesús. A la derecha de Jesús están David y Salomón, que son sus antepasados y preanuncian la realeza de Cristo. También aparece Juan Bautista, el precursor, que (igual que en los evangelios) señala a Jesús reconociendo que Él “es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. A la izquierda de Cristo se encuentra Abel, que fue pastor y el primer hombre que murió asesinado sobre la tierra. En este sentido, Abel anticipa el papel de Jesús como Buen pastor y prefigura Su muerte cruenta e injusta a manos de sus hermanos. Al lado de Abel se representa a Moisés, que liberó a Israel de la esclavitud de Egipto, igual que Cristo (protagonista de la Pascua de la Nueva Alianza) ha liberado a los hombres de la esclavitud del pecado y la muerte. Por último, encontramos al profeta Elías, que, como Cristo, no murió sino que ascendió al cielo. En este sentido, la historia de Elías anticipa la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.
Para terminar, llama la atención el carácter comunitario que tiene el episodio de la Resurrección de Jesús dentro de la iconografía bizantina. En occidente, la escena de la Resurrección de Cristo se ha representado casi siempre como un episodio individual de la vida de Jesús, pero la Iglesia oriental no suele representar a Cristo resucitado en solitario, sino acompañado de aquellos que han sido salvados mediante Su sacrificio en la cruz. De este modo, el arte bizantino pretende remarcar que el triunfo de Jesús nos envuelve a todos y la salvación es universal: si Jesús ha resucitado es para que con él resucite la humanidad entera. Él ha bajado hasta el abismo para llenarlo de luz y para que su Resurrección llegue hasta el primer hombre y la primera mujer. Él ha abierto las puertas del Paraíso para reconducir allí a todos los que en su corazón arrepentido ansían la Verdadera Vida.